Durante casi dos años serví con el capitán Alatriste en las galeras de Nápoles. Por eso hablaré ahora de escaramuzas, corsarios, abordajes, matanzas y saqueos. Así conocerán vuestras mercedes el modo en que el nombre de mi patria era respetado, temido y odiado también en los mares de Levante. Contaré que el diablo no tiene color, ni nación, ni bandera; y cómo, para crear el infierno en el mar o en la tierra, no eran menester más que un español y el filo de una espada. En eso, como en casi todo, mejor nos habría ido haciendo lo que otros, más atentos a la prosperidad que a la reputación, abriéndonos al mundo que habíamos descubierto y ensanchado, en vez de enrocarnos en las sotanas de los confesores reales, los privilegios de sangre, la poca afición al trabajo, la cruz y la espada, mientras se nos pudrían la inteligencia, la patria y el alma. Pero nadie nos permitió elegir. Al menos, para pasmo de la Historia, supimos cobrárselo caro al mundo, acuchillándolo hasta que no quedamos uno en pie. Dirán vuestras mercedes que ése es magro consuelo, y tienen razón. Pero nos limitábamos a hacer nuestro oficio sin entender de gobiernos, filosofías ni teologías. Pardiez. Éramos soldados.
Por fin llega a nuestras librerías el sexto libro de las aventuras del Capitán Alatriste e Íñigo Balboa. En esta ocasión, Reverte nos embarca en una galera, La Mulata, que navega por el Mediterráneo enfrentándose al Turco, los moros, corsarios ingleses y cualquier otro enemigo ya sea en mar o en tierra.
Cuando el libro llegó a mis manos tenía bastantes reparos en leerlo. En la literatura y el cine no termino de digerir bien el western y los barcos (extrañas fobias, supongo), y además la aventura cinematográfica Alatriste me había dejado algo desorientado. Sin embargo, nada más poner pie en la cubierta de La Mulata devoré el libro con gran entusiasmo. Por un lado se habían abandonado las intrigas palaciegas de anteriores entregas y la acción era mucho mayor. Y es precisamente en ese terreno donde Pérez-Reverte se luce y lo hace con gran maestría: la guerra, los abordajes feroces, las carnicerías sobre cubierta, etc. Puede sonar escabroso, pero como bien narra el libro, la lucha en aquella época era así y perfectamente plasmada queda.
El otro punto fuerte del libro es el lenguaje. Como buen conocedor del tema, el autor llena la narración de terminos náuticos (que no reproduciré por mi gran ignorancia) y del ya clásico lenguaje de la época, con su hideputas, votoatales, juroacuales y similares. Se nota que Pérez-Reverte juega en casa, con un público entregado y se luce.
Por otro lado, el desarrollo de los personajes también avanza hacia temas más maduros. Alatriste empieza ser consciente de que se encuentra en el principio de su ocaso, el héroe cansado es cada vez más cansado, y se preocupa porque reconoce en Íñigo al joven que una vez fue, y para el que desea un futuro mejor. Mientras tanto, Íñigo, con la arrogancia de la juventud, vive el conflicto de querer ser tratado como un hombre pero que choca con la realidad de un mundo lleno de peligros a los que aún no se ha enfrentado. Esto le provocará conflictos con el Capitán, en el que ya no ve al héroe de antes y del que, aunque él ya no lo crea, todavía tiene mucho que aprender.
El resto es lo ya conocido de las novelas anteriores: una gran recreación de los escenarios de la época (Orán, Nápoles, las galeras), un aire reivindicativo y didáctico de la historia de España, con veladas referencias a la historia actual. Y es esa reivindicación, que a mucha gente puede resultarle molesta, uno de los aspectos que más me ha gustado del libro. De aquella época tenemos un conocimiento más o menos extenso de las campañas en Flandes, Francia y América, pero existe un gran desconocimiento de lo que acontecía en el Mediterráneo. Se sabe algo de Lepanto, Barbarroja, pero son pinceladas. Es oír la palabra corsario o pirata, y pensar en esos aventureros de diseño manufacturados por Hollywood; y resulta que los teníamos al lado, en nuestros libros de Historia, probablemente con menos glamour, pero con mucha más verdad.
Y también se habla, y mucho, de la expulsión de los moriscos de 1609, una de las muchas estériles guerras civiles (unas sordas y otras ruidosas en exceso) que han plagado la muy trágica historia de la vieja España.
Cuando el libro llegó a mis manos tenía bastantes reparos en leerlo. En la literatura y el cine no termino de digerir bien el western y los barcos (extrañas fobias, supongo), y además la aventura cinematográfica Alatriste me había dejado algo desorientado. Sin embargo, nada más poner pie en la cubierta de La Mulata devoré el libro con gran entusiasmo. Por un lado se habían abandonado las intrigas palaciegas de anteriores entregas y la acción era mucho mayor. Y es precisamente en ese terreno donde Pérez-Reverte se luce y lo hace con gran maestría: la guerra, los abordajes feroces, las carnicerías sobre cubierta, etc. Puede sonar escabroso, pero como bien narra el libro, la lucha en aquella época era así y perfectamente plasmada queda.
El otro punto fuerte del libro es el lenguaje. Como buen conocedor del tema, el autor llena la narración de terminos náuticos (que no reproduciré por mi gran ignorancia) y del ya clásico lenguaje de la época, con su hideputas, votoatales, juroacuales y similares. Se nota que Pérez-Reverte juega en casa, con un público entregado y se luce.
Por otro lado, el desarrollo de los personajes también avanza hacia temas más maduros. Alatriste empieza ser consciente de que se encuentra en el principio de su ocaso, el héroe cansado es cada vez más cansado, y se preocupa porque reconoce en Íñigo al joven que una vez fue, y para el que desea un futuro mejor. Mientras tanto, Íñigo, con la arrogancia de la juventud, vive el conflicto de querer ser tratado como un hombre pero que choca con la realidad de un mundo lleno de peligros a los que aún no se ha enfrentado. Esto le provocará conflictos con el Capitán, en el que ya no ve al héroe de antes y del que, aunque él ya no lo crea, todavía tiene mucho que aprender.
El resto es lo ya conocido de las novelas anteriores: una gran recreación de los escenarios de la época (Orán, Nápoles, las galeras), un aire reivindicativo y didáctico de la historia de España, con veladas referencias a la historia actual. Y es esa reivindicación, que a mucha gente puede resultarle molesta, uno de los aspectos que más me ha gustado del libro. De aquella época tenemos un conocimiento más o menos extenso de las campañas en Flandes, Francia y América, pero existe un gran desconocimiento de lo que acontecía en el Mediterráneo. Se sabe algo de Lepanto, Barbarroja, pero son pinceladas. Es oír la palabra corsario o pirata, y pensar en esos aventureros de diseño manufacturados por Hollywood; y resulta que los teníamos al lado, en nuestros libros de Historia, probablemente con menos glamour, pero con mucha más verdad.
Y también se habla, y mucho, de la expulsión de los moriscos de 1609, una de las muchas estériles guerras civiles (unas sordas y otras ruidosas en exceso) que han plagado la muy trágica historia de la vieja España.
- LO MEJOR: la batalla naval (que existió) final, en las costas de Anatolia, frente a las bocas de Escanderlu.
- LO PEOR: hubiera sido de agradecer un pequeño glosario de términos náuticos, porque para el lector no versado puede resultar algo complicado seguir ciertos pasajes de la narración.
- NOTA: 8/10 (un buen regalo para estas fechas)