Existen dos profesiones en las que tengo una descofianza absoluta. La primera son los políticos y la segunda son los periodistas. No es mi intención generalizar pues en toda profesión existen buenos y malos profesionales. Cuando hablo de los políticos me refiero a esa gente profesional de la política y que no saben vivir de otra cosa, todo lo contrario de esos concejales o consejeros de pueblos y ciudades pequeñas, pluriempleados del poder público. Del mismo modo, al referirme a los periodistas hablo de los opinadores y pontificadores profesionales, tertulianos, directores de periódico y demás repartidores de moral y ética.
Como mi intención hoy no es meterme en temas políticos, no hablaré de los políticos ni de los periodistas estrella y me centraré en un subgrupo periodístico, tremendamente pernicioso y que arrastra todos los vicios de sus mal llamados hermanos mayores: los periodistas deportivos.
El gran error de todos los periodistas deportivos es que se sitúan (o pretenden situarse) en una dimensión superior al deporte, pensando que pueden tratarlo mejor que los propios deportistas. Muchos de estos periodistas no han vivido el mundo de la alta competición, y los que lo han hecho lo olvidan pronto. Al situarse en un plano supuestamente más elevado, creen que tienen la capacidad de dirigir a las masas, siempre aborregadas por el deporte. Y olvidan el periodismo. Son capaces de mezclar sin pudor el amarillismo con la pretendida opinión reflexiva. Se contagian de las pasiones enfermizas y las plasman en sus respectivos panfletos. Desprestigian géneros tan válidos como la crónica o el editorial. Y lo que es lo peor de todo: abandonan cualquier vestigio de ética u objetividad.
Por si todo esto fuese poco, los periodistas invaden tanto el deporte hasta convertirse en su jugo gástrico: necesario, pero altamente corrosivo si no se toman las medidas adecuadas. Existen periodistas estrellas, que arrastran a la masa, que deciden los fichajes o las retransmisiones deportivas, que siembran el resquemor entre equipos o directivos, que juegan con las más bajas pasiones del aficionado... y que están acabando con el deporte. Periódicamente se avistan vientos de renovación, pero sólo son aires que se llevan un polvo para traer otro. Antes fueron de naranja, ahora son de pueblo y comparten vicios y manías.
Son los periodistas de esta calaña los que contribuyen a convertir un entretenido pasatiempo o ejercicio físico en cuestiones de vida o muerte y los que consiguen sacar de quicio a gente que no puede o no quiere pensar por sí misma. Y todo esto no hace más que aumentar el aborregamiento general. Disfrutar, practicar y vivir el deporte es maravilloso pero siempre en su justa medida, y manteniendo a estos personajes fuera del pedestal al que ellos mismos se han subido, sin preguntar a nadie y sin pedir permiso.
Para terminar. En la película El mejor (gran película deportiva) existe un diálogo magnífico entre el protagonista, Roy Hobbs (Robert Redford), y un periodista deportivo, Max Mercy (Robert Duvall), que se la tiene jurada. No se podía decir de mejor manera:
Como mi intención hoy no es meterme en temas políticos, no hablaré de los políticos ni de los periodistas estrella y me centraré en un subgrupo periodístico, tremendamente pernicioso y que arrastra todos los vicios de sus mal llamados hermanos mayores: los periodistas deportivos.
El gran error de todos los periodistas deportivos es que se sitúan (o pretenden situarse) en una dimensión superior al deporte, pensando que pueden tratarlo mejor que los propios deportistas. Muchos de estos periodistas no han vivido el mundo de la alta competición, y los que lo han hecho lo olvidan pronto. Al situarse en un plano supuestamente más elevado, creen que tienen la capacidad de dirigir a las masas, siempre aborregadas por el deporte. Y olvidan el periodismo. Son capaces de mezclar sin pudor el amarillismo con la pretendida opinión reflexiva. Se contagian de las pasiones enfermizas y las plasman en sus respectivos panfletos. Desprestigian géneros tan válidos como la crónica o el editorial. Y lo que es lo peor de todo: abandonan cualquier vestigio de ética u objetividad.
Por si todo esto fuese poco, los periodistas invaden tanto el deporte hasta convertirse en su jugo gástrico: necesario, pero altamente corrosivo si no se toman las medidas adecuadas. Existen periodistas estrellas, que arrastran a la masa, que deciden los fichajes o las retransmisiones deportivas, que siembran el resquemor entre equipos o directivos, que juegan con las más bajas pasiones del aficionado... y que están acabando con el deporte. Periódicamente se avistan vientos de renovación, pero sólo son aires que se llevan un polvo para traer otro. Antes fueron de naranja, ahora son de pueblo y comparten vicios y manías.
Son los periodistas de esta calaña los que contribuyen a convertir un entretenido pasatiempo o ejercicio físico en cuestiones de vida o muerte y los que consiguen sacar de quicio a gente que no puede o no quiere pensar por sí misma. Y todo esto no hace más que aumentar el aborregamiento general. Disfrutar, practicar y vivir el deporte es maravilloso pero siempre en su justa medida, y manteniendo a estos personajes fuera del pedestal al que ellos mismos se han subido, sin preguntar a nadie y sin pedir permiso.
Para terminar. En la película El mejor (gran película deportiva) existe un diálogo magnífico entre el protagonista, Roy Hobbs (Robert Redford), y un periodista deportivo, Max Mercy (Robert Duvall), que se la tiene jurada. No se podía decir de mejor manera:
ROY. Still dogging me, huh, Max?
MAX. End of the road, Hobbs.
ROY. You wanna hear what I think our chances are?
MAX. You read my mind.
ROY. That takes all of three seconds.
MAX. They come and they go, Hobbs. They come and they go. I'll be around here longer than you or anybody else here. I'm here to protect this game.
ROY. Whose game?
MAX. I do it by making or breaking the likes of you.
ROY. Did you ever play ball, Max?
MAX. No, never have. But I make it a little more fun to watch, you see. And after today, whether you're a goat or a hero...
...you're gonna make me a great story. See you around.
Y si alguien quiere ver una buena película de periodistas, le recomiendo Primera plana del grandísimo Billy Wilder. Es más, si quiere pasar una tarde feliz, que vea cualquier película de Billy Wilder.
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